3:00 AM. Plaza de Cibeles. Después de la primera parte del "StarDay" (visionado de los episodios IV, V y VI de Star Wars seguidos) en casa de una amiga, la ilusionadora de mi novia y yo nos disponíamos a coger el autobús nocturno N1, dirección a casa.
Una suerte, pues mientras llegábamos a la parada vino el autobús. Y Más suerte todavía, ya que no había casi gente y pudimos sentarnos, incluso pudimos elegir asiento. Una vez sentado, la sensación de cansancio acumulado se apoderó de mí, durante los 25-30 minutos que duraría el trayecto de regreso a casa, tendría que mantener una dura batalla para mantenerme despierto. Ya nos vamos...
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No te subas, no te subas... |
¡Miedo! Esa es la emoción que mejor definía lo que sentía. El conductor aceleraba y aceleraba por calles no muy amplias con coches parados, adelantando a toda velocidad a todos, incluso a la policía. Mi novia y yo nos miramos, mostramos una risa nerviosa y empezamos a comentar todas las infracciones que estaba cometiendo el conductor, mientras en mi cabeza no hacía más que repetirme "no quiero morir, no quiero morir". Semáforos en rojo, desconocimiento de la utilización correcta del freno, velocidad excesiva (me atrevería a decir que llegó a alcanzar los 90km/h en tramos de un solo carril)... Los primeros pasajeros que bajaron se levantaban con anterioridad a su parada, mala idea, por que mantenerse en pie era tarea difícil, cosa que aprendieron los demás que se levantaron cuando su parada estaba a pocos metros.
Por fin llegamos a casa, miré el reloj, y comprobé que lo que había parecido una eternidad, tan solo habían sido 15 minutos, 15 sufridos minutos. Ya temía a los autobuses cuando me los cruzaba con el coche, pero ni la mitad del temor que se sufre subido en uno.